
El mes de Abril es especial para mí, todo cambia de color.
Desconecto el despertador, porque tengo otro despertar menos ruidoso. De noche, cojo una servilleta, me pinto los labios de rosa, le planto un beso y la pongo en la ventana, lo más pegadita que puedo al cristal. Le espolvoreo encima del beso miguitas de pan, y abro un pedacito de balcón. Ese pajarito se cuela a las siete de la mañana en busca de su desayuno, y mientras picotea el pan, involuntariamente hace ruiditos en el cristal, y me despierta. Lo escucho acurrucadita mientras se termina todas las miguitas, y ese sonido especial con el que me da las gracias, antes de salir de nuevo volando, es el resorte que me hace dar un salto y calzarme las zapatillas, después de estirarme con ganas, mientras me miro en el espejo de mi armario, justo enfrente, con el pelo revuelto. Lanzo un beso sonoro a la esquinita de mi mesita de noche.
Enciendo la radio en mi cocina, muy bajito, para compensar el tremendo ruido de mi licuadora, mi vacuna diaria contra el cansancio y los catarros. No me hace falta encender la luz, un rayito de sol se cuela, después de asomarme al patio de luces y enviarle un buen silbido.
Mientras el hilito de miel gallega, casi negra, chorrea hasta mi tostada, pienso en lo pegajosa que es la miel, y lo dura que está la tostada, pero ¡vaya combinación mas apetecible y sana!, a través de ese suave visillo que provoca mi café hirviendo, veo el almanaque en mi pared y con la boca llena, porque estoy allí solita, digo ¡Bienvenido, mi querido Abril! Vienes cargadito de polen, pero yo te respiraré poquito a poco, para que me dures más.
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