martes, 28 de abril de 2009

VIEJITO


Viejito era un potrillo que un niño recibió un día de regalo. ¡Vaya sorpresa! Me imagino esa pequeña carita, llena de ilusión, y puedo imaginar también que el corazón se le saldría del pecho.
Era toda una responsabilidad cuidar de Viejito.
Un dia, llegó un señor al pueblo, y le ofreció dinero por aquel caballito a los padres del niño, su verdadero dueño.
No fue el dinero el principal interés, simplemente los mayores decidieron que aquel lugar, un gran patio de una casa, no era el adecuado para Viejito.
No tuvieron en cuenta, en su razonamiento de adultos, que entre Viejito y el niño, ya se habían estrechado unos lazos difíciles de romper. Aquello no tenía más que un nombre, "crueldad". Sólo que ellos no eran conscientes.
El despertar del niño sin Viejito, no cabe en este relato, porque no tiene ni pizca de gracia, y por más que intento buscar, no le encuentro el lado positivo.
Pasaron muchos años, y el destino quiso que un hombre, ya adulto, encontrara a Viejito en una atracción, en un lugar lejos de su pueblo. El hombre reconoció a su caballo, que ya hacía honor a su nombre, se acercó a él, lo acarició y le dijo con voz entrecortada ¡"Viejito"!. A Viejito se le escapó una lágrima, y ésto no es un adorno literario para este relato.
Este relato es real, porque el niño era mi padre, hoy mi viejito, la casa con enorme patio, era la casa de mis abuelos, donde yo dí mis primeros pasos, y mi abuelo hizo el pacto con el forastero, con su mejor intención, porque Viejito necesitaba más espacio y cuidados.
Por más vueltas que le doy, no consigo encontrar el lado bueno a esta historia. Tan sólo aprender de ella, y pensar que en los vínculos del corazón, no cabe la razón. Viejito y el niño, tendrían que haber vivido su historia de amor, porque aquel patio, era su paraiso; la yerba que comía, era un manjar y el cariño entre los dos, el mejor trote para sus fuertes patas. Pero los hilos del destino, manejados hábilmente, decidieron que cada uno cabalgara por su lado.

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