martes, 20 de enero de 2009

¡QUE GRANIZADA TAN REFRESCANTE!




Cuando bajé del autobús a primera hora de la mañana, camino de mi trabajo, me sorprendió una tremenda granizada. Tenia delante de mí una preciosa calle del Príncipe, completamente blanca. Una alfombra a mis piés.
Los tiempos en que yo iba a trabajar con un zapatito de discreto tacón y media fina, cual secretaria de despacho, han quedado muy atrás. Ahora, digamos que soy un "todo terreno". Aparte del despacho, tengo que cumplir con obligaciones en las que los tacones no van bien. Unos tenis y unos vaqueros, perfectos.
Los tenis me permiten pisar fuerte, pero la granizada, recién caida del cielo, me ha hecho resbalar. No sólo patinaron mis piés, porque en ese mismo momento, resbalé igual de fácil con el pensamiento, hasta situarme en los años 70. Mi preciosa calle Tinito Cruz ¿quien sería este señor? No tengo ni la más remota idea. Por esa calle pasaba un señor mayor, con un carrito fabricado por él, vendiendo "granizada de fresa", en unos cucuruchos de papel marrón (para nosotros, de color "carmelita"). ¡GRANIZADAAAAAAA! anunciaba él. Costaba "un medio". Corriamos todos hacia él, ¿donde estaria Sanidad, digo yo? Debajo de aquel sol y en medio del parque, aquella granizada era la delicia de los niños del barrio, cuando chupábamos, se quedaba blanca toda aquella escarcha, nos bebíamos la fresa de un trago. En mis piés, ni tacones, ni tenis, unos patines de hierro y una llave para aflojarlos y apretarlos. Y así, patinando...patinando, un día, de repente, me encontré en nuestra bella calle del Príncipe. El señor de la granizada desapareció físicamente de mi vida, pero está en uno de los compartimentos de mi mágico corazón. Ahora, físicamente tengo al señor del acordeón, al de las calientes castañas, al del violín, y un largo etcétera. Y ¿como no? a mi preciosa y brillante estrella

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