domingo, 11 de enero de 2009

LIMONADITA MUY CALIENTE PARA LA GRIPE


Los remedios caseritos de nuestras abuelas, nunca se olvidan. En mi tierra habia mucha escaséz, pero quien tenia la suerte de tener un patio, tenía un tesoro. Si mientras te comias cualquier fruta, se te caía una semillita, sin querer, la naturaleza se encargaba de hacer el resto. Un clima precioso. Ni te asfixiabas de calor, ni te morias de frío. A esa pequeña Isla, la llaman "la llave del Golfo", por su situación geográfica. Cuando la miraba en el mapa, en clase de Geografía, no me parecia tan bella, porque estaba dentro de ella. Pero ahora, que estoy tan lejos, me quedo mirándola e imaginariamente la giro. Quien sea capaz de hacer ésto, ya no tendrá ninguna dificultad en saber lo que hay detrás. Color, alegría, ganas de vivir y calor, mucho calor. Creo que todos los que la han pisado alguna vez, no han podido darle la vuelta del todo a esa llave para cerrar.
Así de cálidas eran las manos de quien me preparaba una limonada hirviendo, cuando tenía catarro. Me metía en la camita, y muy tapadita, me la tomaba. Aquellos limones eran enormes, brillaban tanto bajo los rayos del sol, que yo, tan mágica como tan niña, buscaba un cable que conectara aquel árbol a la corriente. Pero nunca lo encontré. Seguía jugando y no se hablaba más.
Por las tardes, o cuando venía alguna visita, la limonada no era caliente, era helada. Unos cuantos limones directamente de ese mágico árbol se convertían en una refrescante bebida.
La limonada helada, hacia "sudar" a la jarra, en forma de gotitas pequeñas y transparentes que se resbalaban por ella, de la misma manera, la limonada hirviendo me hacía sudar a mí, mojando mi frente. Los mimitos no escaseaban y el suave roce de unos labios en una nariz enrojecidita, eran una pomadita de valor incalculable. Adiós gripe. A la mañana siguiente, como nueva.

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