lunes, 1 de junio de 2009

¡BRAVO POR ESE SEÑOR LUCHADOR!


Con ese señor luchador, gran empresario y gran caballero, comencé a trabajar, y continúo.
Continúo con sus herederos, pero todos tenemos la suerte de que él aún esté vivo y luchando por seguir entre nosotros. Cada vez es más difícil y más dura su lucha.
Ese caballero luchador, con quien aprendí que delante del nombre, se ponía "Don" y delante del apellido "Sr.", pasaba horas y horas en un despacho. Mi mano volaba llenando las hojas en blanco de símbolos de taquigrafía, siguiendo el ritmo de su voz, para luego decirme "venga, ánimo" y pasar todo aquello a máquina. No había un ordenador para justificar el texto, no, yo me las ingeniaba para que quedara perfecto, centrado, y sin una sóla falta de ortografía.
Me equivocaba, claro que sí, a veces él se reía, porque sabía que yo era la primera en reconocerlo. Buena, muy buena compenetración.
Ese caballero luchador, compartió mis embarazos, mis bajas de maternidad, las horas de lactancia de mis bebés y mis momentos buenos y malos.
Ese caballero interrumpía los dictados, para mirarme por encima de sus gafas y preguntarme qué me pasaba. Aprendió a leer en mi cara mis problemas.
A ese caballero le dediqué toda la lealtad y respeto que merecía y ha sido una de las personas que jamás me han defraudado.
Por éso, un día cualquiera, como el de hoy, cuando su señora me abre la puerta en esas visitas diarias que le hago, de camino a mi casa, poco antes de las dos de la tarde, entro hasta el comedor, donde cabizbajo almuerza, se le ilumina la cara con un "hooooola" que le sale del alma, y yo se lo devuelvo con un beso en la mejilla. Le acaricio el brazo, y le digo "no le interrumpo, señor ..., que le aproveche la comidita", saludo a su señora que siempre está a su lado, recojo la correspondencia para la oficina, y me voy con el corazón algo encogido. "No te me vayas aún, por favor". Balbuceo mientras una de las muchachas cierra la puerta.
Sí, señor luchador, me enseñó usted sobre la marcha a ser una buena secretaria, mi honestidad y fidelidad no han sido más que un gesto de correspondencia a su elegancia y caballerosidad. "Gracias por todo", le digo siempre. "Gracias a tí". Me dice hoy, ya se olvidó que nunca me tuteó.
Ya se le olvidó extenderme la mano como un caballero, pero se acuerda cada día de poner la mejilla para que le dé un beso.
Sí, señor, las impecables cartas que yo le ponía a la firma reflejaban mi admiración y mis ganas de estar a su altura. Gracias por tantos...tantos años, creo que hemos sido un gran equipo.

No hay comentarios: