viernes, 12 de junio de 2009

¡CHÚPATE LA TAPITA!


Medio siglo de vida, te hace estar llenita de anécdotas y es fácil que cualquier cosa te haga saltar la chispa.
¡Chúpate la tapita, cabritilla! Sí, abuela, ya la chupo, ya.
La tapita era del frasquito de compota que le tocaba "por la cuota" a mi prima, la más pequeña, y que había tenido la mala suerte de enfermarse. Yo estaba flaca, pero sanísima, podía irme al patio, descalza, debajo de la lluvia o bajo un sol que me achicharraba la mollera, y coger de la mata la guayaba directamente, y comérmela, allí sentada en la escalera.
Mi abuelita paterna se llamaba Esperanza, la perdí antes de que se muriera. La perdí físicamente cuando abandoné mi tierra. Me quería, y yo a ella, pero la niña de sus ojos era la que se comía la compota. En cambio, para mi abuelita materna, Nena, yo era su consentida, a pesar de que los fines de semana, cuando íbamos a visitarla a Cienfuegos, se tropezaba con un muñeco viejo y cochambroso en el congelador, fruto de mis travesuras. ¿Que voy a hacer contigo? Me decía. Yo adoraba la banqueta del baño, y mi primo, más pequeño que yo, también. Pero allí era yo la reina, la banqueta era para mí. Lo siento primo, le decía, ya me chupé la tapa en el otro lado, ahora me toca sentarme en el trono. ¡Que cosas!
El truco consiste en mantener un equilibrio en la balanza, formamos parte de grupos de trabajo, de familia o de amigos. Hoy chupamos la tapa, mañana nos sentamos en el trono. Así, la esperanza siempre tendrá ese bello color verde.
Cuando la batuta que mantiene el equilibrio no está en nuestras manos, es tan bello sentir profundamente que tantas y tantas veces, mientras nos chupamos la tapita, lo hacemos sentados en el trono del corazón de quien por encima de todo, nos adora.

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