miércoles, 7 de octubre de 2009

MI COMADRE, YO, Y UN NOTARIO QUE DIÓ FE


No es necesario ser Notario, para dar fe de que las anécdotas divertidas, nos dejan un buen sabor de boca en el recuerdo. Quedan ahí para siempre.
Antes de ser mi comadre, fue mi compañera de trabajo.
Aquella mañana que sin previo aviso, el jefe nos mandó al Notario para una firma mancomunada de gestiones de la empresa, nos pilló a las dos desprevenidas. Más desprevenidas que un día cualquiera.
Nos mandaron esperar, era una mañana complicada en aquella Notaría.
Allí sentadas en el vestíbulo, en un sofá de piel marrón, cómodamente, parecíamos estar disfrutando de un partido de tenis. Cabeza para la derecha, cabeza para la izquierda, observando todos aquellos señores con traje y corbata, que iban a firmar documentos importantes.
"Mira mi bolso, está roto, ¡que vergüenza!". Me dijo.
Yo estiré las dos piernas hacia delante, y le dije, "observa mis zapatos".
Mis niños eran pequeños por entonces, yo andaba muy deprisa para pillar un autobús a las siete y media de la mañana. El espejo apenas existía para mí.
Eran unos náuticos, cada cual hijo de su madre.
Cuando entramos en su despacho, conteniendo la risa, el Sr. Notario pudo dar fe de que la rutina de su agotadora mañana se vería interrumpida durante un rato. Un pequeño paréntesis. En aquel momento, con un zapato de cada color, me sentí mucho más importante que todos aquellos ejecutivos trajeados elegantemente. Sin ninguna pretensión, aquella inesperada mañana, me convertí en el Kit Kat de aquel Sr. Notario. Doy fe.

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