sábado, 24 de octubre de 2009

938



Podría ser la terminación del cupón de la Lotería, podría ser el importe de mi hipoteca, o mi sueldo, pero no.
938 es el cerdito del cual hoy, en mi cocido, me comeré su orejita, su costillita, su rabito y ese trocito que no tengo ni idea de qué parte de su adorable cuerpecito era, tan sólo sé que alguien despiadado le tatuó justo ahí "938". Puedo oir en mi imaginación sus gritos. ¡pobre 938!
Ya estás en mi olla, 938, madrugo los sábados para moverme por toda la casa bajo las sensaciones de Dial tal cual, llenando toda mi casa de alegría.
Supongo, 938, que de la misma manera que gritaste cuando te marcaron la piel con ese número, habrás aprovechado bien tu tiempo en la granja, donde como en todos los grupos, habrás tenido ganas mil veces de irle a la yugular a algún cerdito traidor, mentiroso o fabricante de desencuentros.
Si ha sido así, querido 938, te comeré con gusto.
Yo no sé qué número invisible tengo marcado en la granja de mi vida, pero casi, casi nunca, me quedo con las cosas dentro.
Así que cuando termine en esa olla que al final del camino, sin remedio, acabaremos todos, me derretiré suavemente.
Y sí, tengo que reconocer que la yugular de alguien se ha quedado en su sitio, tan sólo porque si la muerdo, me contagiaría con su veneno.
No, mis labios se posan sólo en mejillas que valen la pena, que me contagian de cariño y de ternura.

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