lunes, 21 de septiembre de 2009

¡NADA COMO UNOS BUENOS CARAMELITOS DE MENTOL!


Esos caramelitos de mentol vienen muy bien para la temporada otoñal.
En las estanterías de los super o en los kioskos que venden chuches, se nos refresca la mirada estando ahí tan cerquita. Parecen una ilusión óptica.
Si los combinamos con esos estupendos zumos de frutas naturales, con limón y naranja, esas dosis de Vitamina C nos evitarán resfriados.
Pero los caramelos de fuerte mentol, esos son los que despejan hasta llegarnos al cerebro casi con dolor.
A primera hora de la mañana, salgo a la acera con uno de esos caramelitos en la boca, y me respiro hondo un precioso lunes. Ese aire me oxigena hasta la más dormidita de las neuronas, empiezan todas a tropezar, unas con otras. Las noto, noto perfectamente su cosquilleo.
Y así de despejada, pienso en mis artilugios. El matamoscas, el mono que sube en bici estática, el extraterrestre, mi hormiga alarma Flick, mi perrito Pancho, todo éso es un juego que yo necesito en mi vida, para sentirme fresca como una niña. Es mi crema antiarrugas, manda a paseo a los radicales libres, que para éso son libres.
Cuando me pongo seria, sé que la bravura no se combate pegando matamoscasos a tutiplén, porque desencadenaría una guerra. Sé que si esa hormiga a las cuatro de la mañana grita "identifíquese, ¿qué clase de insecto eres?!, yo me envolvería en mi edredón muerta de miedo. Mi perrito Pancho es precioso, pero yo ni siquiera compro el cupón, porque el premio que ganaría en forma de billetes, no los inventé yo, los inventó otro, y no sirven para comprar ilusión. Nunca me iría con el extraterrestre en su nave espacial, porque me gusta demasiado la tierra y sus mortales, con sus defectos y sus virtudes.
Así que muy despejada, estrenando semana, me digo que la maldad, la combato con bondad; la bravura con dulzura; la mentira con sinceridad; de igual manera que quien tiene caspa, utiliza un champú "anti caspa" no se echa más caspa encima de la que tiene, sería un desastre. Se combate con lo contrario.
Día tras día, me compro imaginariamente ese Cupón, me lo vende un señor en una preciosa taquilla, llenita de luces de colores, ese cachito de papel, no tiene números, tiene estrellitas; no tiene sello del establecimiento, el vendedor le estampa un beso y empiezan a parpadear. Le pago con sonrisa de eucalipto y nos despedimos hasta la próxima ilusión, que será...será mañana, un martes cualquiera.
Y en mi Maleta de la Ilusión, siempre hay espacio para más.

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