jueves, 19 de marzo de 2009

PUCHINGA


Antes de irme a vivir al pueblo de Benny Moré, pasé mis primeros años en Cienfuegos, “La Perla del Sur”, donde nací. A veces me siento sorprendida de tener tan claros mis recuerdos. Pienso que no tiene ningún misterio, y mucho menos, ningún mérito. Es fruto de no querer olvidar, contarle a las personas que me rodean mil anécdotas de mi infancia, de mi casa y de mi familia cubana, me hace sentir bien, algunas son graciosas y otras muy pero que muy sentimentales, como me parieron a mí. Todo forma parte de la vida y de nuestra evolución como personas.
Creo que la culpa de ser tan sentimental, es que mi mami tuvo que guardar cama los nueve meses de embarazo, o yo no estaría aquí contándolo. Me anticipé empujando con mi diminuta mano el cordón umbilical, y entiendo perfectamente lo que quise decir. Sentía en el vientre materno lo que mi mami sufría por mi vida y el tremendo miedo que tenía de perderme. Yo quise con este gesto decirle al ginecólogo “mire señor, sea un buen profesional en el parto para que mi mami consiga tenerme vivita y coleando entre sus brazos, y practíquele una buena cesárea porque yo por ese túnel oscuro me niego a salir, necesito luz”. Y me escuchó. “Todavía sigo viva y necesitando luz, señor ginecólogo”. Le diría hoy.
Todos los días, cuando el sol empezaba a silbarle a la luna para que lo sustituyera, como un reloj, comenzaba mi berrinche. Venía el pediatra “a la niña no le pasa absolutamente nada”. Decía.
En una reunión familiar reciente, llovieron las carcajadas porque yo sé que Aranguren, el pediatra, era tremendo mulato. Le dije a mi mami, ¿pero tú no te dabas cuenta que yo lo que quería era que viniera el mulato todos los atardeceres a echarme un vistazo?
¿Y Puchinga? Puchinga era mi pequeña amiguita, gordita y con flequillo. ¿Pero cómo podré a estas alturas acordarme de ella? Jugábamos en el portal, y mi mami ponía el pequeño tocadiscos para que escucháramos cuentos infantiles. La pobre Puchinga me miraba con ojos como platos y haciendo pucheritos, porque yo era un mar de lágrimas, ¿por qué demonios le tenían que dar una manzana envenenada a Blancanieves? ¡pero que bruja tan mala! Yo ya no tenía consuelo y no quería escuchar todos aquellos cuentos tan tristes. ¡Masocas! Les diría hoy. ¡Pobres niños! Eso sí, me encantaba el de “La Cucarachita Martina”. Un clásico de mi tierra. ¡que cuento tan tierno! Era una cucarachita que se encontraba una moneda, mientras barría su casa, era muy presumida y se compraba una cajita de polvos para la cara. ¡Pero si era como yo! A lo mejor aprendí con la Cucarachita Martina a ser tan presumida, y me encanta barrer, ¡odio el ruido y el peso de la aspiradora! No me deja escuchar la música mientras limpio, la silenciosa escoba sí.
En medio de los cuentos, Puchinga me decía “horita vengo, voy a tomar un buchito” y salía corriendo a su casa pegadita a la mía. ¿A dónde iba Puchinga? ¡Todavía se prendía cinco minutos de la teta de su mamá!
Nos reiríamos mucho, Puchinga, si tuviéramos la oportunidad de tomarnos algún día un buen café, y un chupito en vez del buchito, sin cuentos tristes alrededor, porque sin duda, a ti te habrán pasado muchísimas cosas buenas desde entonces, como a mí. Las cositas malas, forman parte de nuestra historia, no podemos borrarlas porque han existido, pero sí podemos acostarlas en una camita imaginaria, ponerle un buen mosquitero, apagar la luz y decirle “shssssss…sé buena, duérmete ¿si?”.
Un besito inmenso, Puchinga, sigo igualita de sentimental, pero ¿sabes? hago de tripas corazón para no cambiar nunca. Ser tan sentimental agudiza la percepción de tantas y tantas cosas que valen la pena a nuestro alrededor! Esas que no entran ni por el tacto, ni por la vista, ni por el gusto, ni por el olfato, ni por el oído, ¿Por dónde entran? Me pregunto ¿será el sentimiento ese sexto sentido maravilloso? Tal vez.

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