viernes, 27 de febrero de 2009

¡AQUEL PORTERITO!



Cuando tengo la suerte de que el sol me dé de pleno, siempre me viene a la mente alguno de mis buenos recuerdos. Es por éso que los mantengo tan vivos como yo me siento, con todo su color y que el tiempo no haya sido capaz de borrarme esa parte de mi vida ni la cara de los que dejé atrás. Ni una sóla cara. Santa Isabel de Las Lajas era, y es, un pueblo pequeño. Allí nació Benny Moré, "El Bárbaro del Ritmo".
La puerta de mi casa, como la de todos, siempre estaba entreabierta, el único portero era un gancho. Así le llamábamos. Todos nos conocíamos. Se quitaba el gancho, se saludaba desde la sala en voz alta y se entraba, o se salía. Sin más. Ni porterito físico, ni botón. El gancho.
Imaginariamente me asomo por esa puerta entreabierta, y puedo sin ningún esfuerzo ver aquel magnífico parque, con su glorieta en el medio, donde nos bañábamos debajo del aguacero y el agua corría por las escalinatas como las cataratas del Niágara, un enorme flanboyán, siempre en flor, cuya sombra era testigo de nuestras cosas de niños. En una esquina, el Liceo, en la otra, el Policlínico, en otra la señora que vendía los "durofríos", en la otra, la casa de nuestros amigos que se fueron para Miami, y en otra, la de mi amiga Carmen, que sigue allí.
Detrás de esa glorieta, a mi pobre hermanito la matona del barrio, una tal Nancy, le arreaba tremendas palizas. ¡que niña tan rara! nosotros decíamos que era chusma y escapábamos de ella, le teníamos pánico.
Me ha hecho soltar una carcajada el recuerdo de que, por esa puerta entreabierta, no sólo entraban y salían amigos, también entraban las gallinas del pueblo, pero esas ya no salían. Mi madre se encargaba rapidito de decir "¡cierra la puerta!", la cogía por el pescuezo y le daba varias vueltas en el aire hasta que la dejaba inerte. Todos en el pueblo sabíamos que si se dejaban las gallinas sueltas, ya no volverían a verlas. Lo más gracioso de todo, es que al atardecer, debajo de aquel precioso flanboyán, mientras las señoras del pueblo conversaban, entre ellas, había dos, una a la que le faltaba la gallina, y la otra, la que se la habia dado de cena a su familia. Toda esa naturalidad y bravura, es de lo está relleno mi cuerpo.

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