miércoles, 22 de octubre de 2008

MI PRIMERA FIESTA DE NOCHEVIEJA



Aunque suene extraño, muy, pero que muy extraño, mi primera fiesta de Fin de Año fue en el 2006. Atrás quedaban mis entrañables “Nochesviejas” familiares, compartidas con la familia de él, un año, y con mi familia, otro. Lo normal. Maravillosas mientras los retoños lo llenan todo con su simpatía y su calor. Preciosa etapa, nadie se atrevería a decir lo contrario.
Esos polluelos empezaron a abrir sus alitas, uno detrás de otro. Trajes para la ocasión y cita en la pelu. La mami se lo pasaba pipa de compras con ellas y el orgullo le chorreaba por la barbilla a borbotones. Y él, que chicarrón tan guapo. ¿Era posible que todo aquello me hubiera salido de dentro? En la fabricación, no cabe duda, hubo mucho amor. Les tocaba salir esa noche. Y nosotros, “los mayores”, a recogerlo todo y a dormir. Lo normal.
Yo cumplía años, y quizás hubiese tenido que continuar con “lo normal”, ellos empezaban a abandonar el calor del nido, porquito a poco. Lo normal.
Yo me rebelé y no quise continuar con “lo normal”. Creo en el amor, y no lo tenía, así que para mí, aunque me esforzara, ya no era “lo normal”. Yo quería vivir, estaba llena de juventud interior y de una alegría que se me escapaba. Me apagaba, a veces en silencio, y muchas veces “a gritos”.
Esa primavera, decidí poner un punto y final a toda esa normalidad, con la tristeza del fracaso. Mi tristeza se peleaba a diario con mis ganas de VIVIR, que gracias a Dios, fue mucho más fuerte y venció la batalla interior, y a la larga, la exterior.
En el mes de Diciembre, me fui de compras con mi primogénita, elegimos un precioso vestidito de raso negro. Ahora necesitaba unos bellos zapatos, acompañada por mi mami, elegí unos taconazos dorados. Con la cita en la peluquería, me acababa de convertir en una bella Cenicienta, pero con la ventaja de que la magia de mi Cuento de Hadas, COMENZABA A LAS DOCE DE LA NOCHE, en vez de terminar.
Mis maravillosos compañeros de fiesta, mi hermano René, mi cuñada Isabel, mis entrañables amigos Ana y Sito, y mi ahijadita Miriam, tuvieron que sacarme de Cristian Music Hall, en nuestra bella Playa de Samil, por una oreja, a las siete y media de la mañana.
Guardé mi “primera entrada” en aquel zapato dorado, para que no se me escapara toda aquella magia que se me habia filtrado por los poros de la piel.
Ya tengo dos entradas en el zapatito de Cenicienta, y espero guardar una tercera este año.
El corazón no siempre habla claro, pero cuando lo hace, todos deberíamos aprender a escucharlo. Rara, muy rara vez, se equivoca. Vivamos y dejemos que sea él quien escriba todas las páginas en blanco.

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