domingo, 6 de diciembre de 2009

MUERTO EL PERRO, SE ACABO LA RABIA


- Me duelen los oídos terriblemente, Sr. Doctor. Siento el dolor en el mismísimo cerebro, es como si me metieran un taladro por un oído y me saliera por el otro. Ya no lo puedo soportar ni un minuto más.
- ¡Ay señora, usted viene a contarme cada cosa! A ver, vamos a echar un vistazo a las trompas de Eustaquio.
- Pero mi marido no se llama Eustaquio Sr. Doctor
- ¡No me sea burra, señora!
- Tampoco hace falta insultar. Mis amigas dicen que necesito Trankimacin.
- ¿Que sabran ellas? Lo que me temía. Perforación de tímpano agudo
- Entonces, es verdad, ¿necesito tranquimacín?
- No señora, necesita unas buenas orejeras que le aparten del taladro que la taladra sin compasión.
- ¿Puedo comprármelas en los chinos, que estamos en crisis?
- Perfectamente. Y si no, mire, usted es ama de casa, sabe que en el paquete de pan de molde, la primera y la última rodaja, nadie las quiere y se acaban mosqueando.
- Sí, es cierto.
- Pues sea creativa, mujer. Coja una diadema de los chinos, peque con lotitte esa rodaja que se siente rechazada, una a cada lado, y ya tendrá las orejeras más originales, será la envidia de las taladradoras. Pero prepárese, ante su nuevo invento, taladrarán sin compasión.
- ¡Que buena idea! ya sabía yo que aún no me llegó el momento del tranquimacín.
- Claro que no. Eso es para otros. Póngase las orejeras, quíteselas sólo para escuchar lo que valga la pena y verá lo bien que se siente. Es medicina alternativa,
- Gracias, Sr. Doctor. Solucionado de una vez por todas.
Muerto el perro, se acabó la rabia.

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