jueves, 4 de septiembre de 2008

QUERIDO HERMANITO


Querido hermanito,
Yo sé que no vas a leer ésto, entre otras cosas, porque tu puesto de informático, inteligentemente, lo has cambiado por una tranquila portería. ¿Por qué? Simple, estar más cerca de tus hijos, que apenas veías. Y además, en el momento preciso, más adelante ya no te hubiese valido la pena.
Ayer cuando te ví sentadito en el último asiento del autobús, con una pequeña bolsita en tus manos, que llevabas a nuestros padres, en esa visita diaria que tú les haces a las ocho de la tarde ¡que curioso! no nos hemos puesto de acuerdo ninguno de los dos en que yo lo haga a las ocho de la mañana, y tú a las ocho de la tarde, a los dos nos ha llamado la fuerza del cariño y la responsabilidad, ambos hemos elegido sin más el momento.
Me he quedado mirándote, mi primer sentimiento, una enorme ternura. Como en esos documentales que vemos de una calle de China, llena de cabezas, así se me agolparon en mi mente y en mi alma todas las cosas que hemos vivido, unas daban paso a otras, y al llegar a una, ahí se paró. La tarde que me dijiste "igualame las patillas". Muy bien, cogí la tijerita y empecé a igualar, tanto igualé que te dejé sin ninguna. Cuando te miraste al espejo, tu redonda carita adolescente enrojeció, y me perseguiste con esa misma tijera para cortarme mi cola de caballo que por fin había conseguido dejar crecer. Todo quedó en un susto, tus patillas volvieron a crecer y mi coleta continuó donde estaba. ¡qué tiempos y cuantas cosas vividas! Abandonamos nuestra tierra por decisión de nuestros mayores, y aqui estamos. Atrás quedaron muchos amigos, muchas ilusiones, muchos proyectos, pero hemos realizado otros igual de buenos.
Te quiero, mi tierno hermano.

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