jueves, 13 de mayo de 2010

EL TERMÓMETRO DE LA ALEGRÍA


Una tremenda necesidad de oler a vida, me echo colonia infantil a chorros después de ducharme, busco la compañía de mis tiernos Sara y Lucas, que parecen adivinar cuánto los necesito y se aferran a mí, tanto como yo a ellos. Su espontaneidad aún no atravesó ese colador donde se quedan las risas y las lágrimas de verdad, separándose del comportamiento y el saber estar de la madurez. ¡Cuidadin, no vayamos a perder la compostura! no es de buena educación.
Si alguien se está apagando cerca de tí, no es demasiado fácil tener una inspiración positiva. Aún así, vamos a intentarlo.
Me imagino dentro de unos años, cuando mi jubilación me deje tiempo libre, montándome "el negocio de mi vida". Ya tengo nombre, se llamará "El Termómetro de la Alegría". Me ataré un par de coletas con enormes lazos hechos de vendas elásticas, teñidas de colores. Una bata de enfermera llena de pegatinas y de cromos, tan sólo hasta la rodilla, para que puedan verse mis medias de lunares o estrellas. En un carrito transportaré cuentos, música, títeres y maquillajes.
Pintaré de rosa las mejillas pálidas, agrandaré su sonrisa con barra de labios roja por la que se asomen pequeños dientecillos, y cuando termine la función, los pondré en fila, y uno a uno, comprobarán que mi termómetro marca siempre 36,5.
¡Faltaría más! Para éso es El Termómetro de la Alegría.
Compraré una agenda en la que todos los días estarán ocupados y haré competiciones entre la planta de pediatría y la de geriatría, donde unos aún no pasaron por el colador y otros ya se olvidaron de que un día lo hicieron.

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