
A mí los pobres toritos me dan pena, mucha pena, sobre todo, porque sufren mucho antes de morir. Pero no es de éso de lo que quiero hablar, sino de personas que se merecen ser toreadas, muy pero que muy toreadas.
Esas personas que no dan valor a las cosas bien hechas, como están bien hechas, ni se enteran que es obra tuya, y se dedican, constantemente, a poner peros cuando algo sale mal. Hay que ser muy inteligentes para que no te hundan, aprender a no desperdiciar tu sensibilidad con ellas y decir "ésta es la última lágrima que derramo por tí". Es que el problema no es mío, es suyo, y yo no tengo la culpa. Seguiré haciendo las cosas lo mejor que sé, con buena fé y poniendo el alma en ello, como todo lo que hago, y mi satisfacción personal me gritará "¡Torera!".